
Acaso como un dejo luminoso, en la tristeza de la despedida, se pueda precisar el momento: César Luis Menotti, que murió hoy a los 85 años, disfrutaba, con toda seguridad, con este presente de la Selección Argentina. Y como personaje en segundo plano, ya que no tenía funciones ejecutivas, seguramente sintió que aquella dramática, inolvidable y vibrante jornada de Qatar fue la más completa reivindicación a sus ideas, a su prédica de décadas y a una manera de entender el fútbol en cuanto a fenómeno popular. Y cultural.
Uno puede quedarse en las mil y una anécdotas que el Flaco nos ofreció a lo largo de su extensa vida, personaje irrepetible que atravesó desde su Fisherton natal en el corazón de Rosario hasta las noches bohemias de Barrio Norte, donde se instaló desde los 70 hasta estos días. También podría quedarse en aquella “grieta” cavada en el fútbol argentino, tan amarga y divisoria como la que vivimos en los ámbitos históricos, políticos o sociales. Sería mezquino. Hasta los resultados del fútbol resultan secundarios ahora, a la hora de indicar un concepto: porque la valía de César Luis Menotti como un personaje imprescindible para la historia del fútbol –y el deporte argentino- trasciende a eso. Trasciende a los primeros Mundiales que gestionó para la albiceleste y trasciende a resultados ya más secundarios y olvidables en su último ciclo como DT, en distintos equipos. Y también trasciende a los mismos géneros que provocó esa grieta (“menottistas vs. bilardistas, o lorencistas un tiempo antes, en cuánto a distintas maneras de interpretar el juego).
Porque la consecuencia de Menotti DT va por otro lado. Después de un largo período de decepciones, cuando el fútbol argentino había perdido el rumbo y la distancia –física, táctica y técnicamente- con las potencias (fecha simbólica, Suecia 1958), mientras se navegaba entre la improvisación y la desorganización, Menotti plantó bandera para que la Selección se ubicara como la prioridad. Alrededor de su personalidad y su prédica, se se pudo construir una organización, que mantuviera la identidad de futbol argentino pero que, a la vez, estuviera a la altura de las exigencias modernas por la transformación del deporte: fundamentalmente por su entorno “industrial” y por los vertiginosos avances en la preparación física.
No había tanto misterio en cuanto a la propuesta, pero Menotti fue el primero que tuvo la decisión de concretarla, más allá de los dirigentes de turnos: se requería “scouting” no solo en inferiores, sino también en la amplia geografía del país. Y así formó la Selección del interior. Se rodeó de un sólido equipo (el maestro Duchini incluido), exigió que los jugadores tuvieran como prioridad la Selección Argentina –lo que le costó no pocos disgustos, las estrellas de River en el 76, por ejemplo- y lo fundamental: se armaron calendarios intensivos de enfrentamientos con los mejores equipos de la época. Había que demostrar que, físicamente, nuestros futbolistas estaban a la altura. La serie internacional del 77 en cancha de Boca fue el mejor test que pudo tener aquella generación para encarar la conquista mundialista del 78.
Ese sistema llevó a la Argentina a sus primeros títulos mundiales: los mayores en el 78 con la victoria final ante Holanda, los juveniles al año siguiente con Maradona como estandarte. También pudo ser Argentina la favorita en el 82 pero, entre la violencia de rivales y cierta energía perdida, la ilusión se diluyó. Menotti dejó la Selección después de ocho temporadas, asumió Bilardo con una propuesta técnica totalmente distinta pero –y esto es lo esencial- la Selección Argentina se mantuvo como prioridad.