
La Bombonera habló al final, después de que Viscarra le ataje el penal a Alan Velasco, ese refuerzo estrella que simbolizó el fracaso (temprano, inesperado, lapidario) de un ciclo que entró en una crisis terminal sin siquiera haber entrado en el mes de marzo. “Que se vayan todos, que no quede, ni uno sólo”, se oyó bajar de algún sector de la platea luego de los fuertes silbidos que inundaron la escena tras la dura derrota en la serie ante Alianza Lima.
Derrota inapelable desde la planificación y la ejecución de 180 minutos en los que Boca fue un alma en pena, intentando primero salir vivo de la ida en Perú y sufriendo el contexto de presión extrema en la vuelta en su cancha: una verdadera caldera que se encendió en la previa, dándole clima de final a un partido que definía una serie muy lejana a las que definen algo. Una serie que quedará en la historia porque arroja al Xeneize al verdadero vacío, un lugar poco habitual en el cual deberá conformarse con jugar solamente en el plano local durante todo el 2025.
Pero si bien el abismo al que los peruanos empujaron al equipo de Fernando Gago será materia de análisis en los días que vendrán -amén de decisiones y nuevos rumbos- lo importante cuando ya caía la medianoche en el Templo era la desazón y el descontento de la gente. Discusiones varias, silbidos de algunos plateístas cuando desde la barra empezó a matizarse el inesperado final con un despreocupado “no ha pasado nada” y preguntas, muchas preguntas. Que por más que se ensayen no tendrán respuesta, simplemente porque la revancha para Boca queda muy lejos, y lo que no se resolvió en estos meses de refuerzos, pretemporada y partidos por todos lados ya no tendrá solución.
Boca jugó, en los 90 minutos de esta revancha, un partido insólito. No pateó al arco en todo el primer tiempo y así y todo hizo un gol, que fue empardado porque este equipo no sabe sostener situaciones. Tal vez Gago crea lo contrario, siguiendo la lógica de su discurso en Lima. Pero en todo caso el empate tan pronto lo desmentirá. Sí se puede decir que el equipo empujó en el segundo tiempo, sobre todo a partir del indispensable y forzado segundo gol, el que le dio vida y lo puso a tiro de la clasificación.
Lo que empezó ahí, sin embargo, fue un festival de situaciones sin control. Desde una trifulca que involucró a todos los protagonistas, cambios ficha por ficha que poco resolvieron, un banco local que transmitió más nervios que nunca, y la sucesión de hechos inexplicables del final de los 90 minutos.
En ellos, primero fueron el arquero rival y el travesaño los que le sacaron milagrosamente el gol a Milton Giménez y después -cuando parecía que los penales eran la consecuencia inevitable de haberse acordado tarde de apretar sin concesión- llegó la jugada que Edinson Cavani no podrá volver a ver si no quiere herir su ego. Deleite de cualquier goleador, era el final del descuento y la pelota (mordida, agónica) le quedó servida y sin arquero. Pero Edi se enredó. Y la cosa se fue directo a los doce pasos.
Antes, la otra situación que quedará para la polémica: el cambio de arquero simplemente para afrontar la tanda. Que no salió bien, como nada de lo que todo el mundo Boca pensó para este inicio de año. Inicio que se lleva puesto mucho más que eso. Y habrá que ver hasta dónde llegan las consecuencias.
Fuente: OLÉ