
Por Ari Lijalad
El presidente Javier Milei publicó hace unos días un largo tuit con 6 preguntas sobre, según él, el periodismo. Las preguntas, formuladas en modo falacia de falsa dicotomía, son estas. Las respuestas para saltear esa falsa dicotomía son sencillas.
- Dice Milei: “1. Si una persona no tiene ganas de hablar con el periodismo ¿hay una ley que lo obligue?”
Respuesta: No. Los funcionarios tienen obligación de dar publicidad a sus actos pero no tiene que ser a través del periodismo.
- Dice Milei: “2. Si una persona le manifiesta a los periodistas que no quiere hablar con ellos ¿tienen los periodistas derecho a perseguir, hostigar y acosar a una persona para tener una respuesta?”
Respuesta: No. Ni los periodistas ni nadie.
- Dice Milei: “3. Frente a la no respuesta ¿tienen los periodistas derecho a golpear a la persona con el micrófono en la cara?”
Respuesta: No. Ni los periodistas ni nadie.
- Dice Milei: “4. En caso que la persona abordada por las cámaras sea de conocimiento público que es fotofóbico ¿es lícito que el camarógrafo le ponga luces en la cara sabiendo que daña los ojos de la persona?”
Respuesta: No. Milei dijo que él es fotofóbico y por eso no charla con sus presentadores televisivos ocasionales en el Salón Blanco de la Casa Rosada porque le molestan los espejos, aunque hizo una excepción en la enésima presentación institucional que hicieron con Luis Majul. Pero si se refiere al episodio donde Santiago Caputo, a quien no se le conoce fotofobia, intimidó a al fotoperiodista Antonio Becerra, las imágenes muestran que no usaba flash y que el hombre más poderoso del gobierno le tapó el lente y luego le sacó una foto a su credencial.
- Dice Milei: “5. ¿Es lícito que los periodistas metan drones en la casa de una persona?”
Respuesta: No. Ni los periodistas ni nadie.
- Dice Milei: “6. ¿Es lícito que los periodistas mientan, calumnien e injurien sin permitir que la persona agraviada pueda defenderse? ¿y si además, el periodista recibe fondos públicos para hacerlo?”
Respuesta: No. No hay una ley que permita mentir, obviamente, y las calumnias e injurias son un delito cuya sanción penal en casos de interés público fue eliminada por CFK en 2009 para romper con la herramienta que se utilizó durante años para silenciar a periodistas, en especial en la era Menem. Contestarle a un periodista, decirle que miente, refutarlo, no es un ataque sino parte del diálogo democrático. Y que reciba fondos públicos (se debe referir a pauta) no cambia nada y no se entiende por qué lo pregunta ya que, según él, ahora no hay pauta.
Las preguntas estaban todas mal formuladas, de nuevo, en modo falacia de falsa dicotomía, solo para dar por hecho algo para sostener un argumento falaz. El tuit, sin embargo, no se limitó a estas preguntas de fácil respuesta, sino que el presidente Milei se respondió a sí mismo así: “Todas estas cosas el periodismo las hace regularmente y hasta la llegada de las redes sociales con impunidad total y absoluta. Por eso odian a las redes sociales. Hoy no pueden extorsionar y chantajear. Sus ingresos caen y por eso pegan. Naturalmente, si en cada uno de los puntos notás el comportamiento depravado y violento del periodismo ahí entenderás la frase: NO ODIAMOS LOS SUFICIENTE A LOS PERIODISTAS”.
No le interesaban las preguntas, tampoco las respuestas. Ya tenía la conclusión. Lo que quería era continuar con el proceso de incitación al odio y la violencia contra el que piensa distinto, que hace semanas propaga bajo la consigna “no odiamos suficiente a los periodistas” pero que se inscribe en el contexto en el cual el presidente trata a todo el que piensa distinto como un virus a extirpar de la sociedad, el mismo discurso que utilizaban los nazis para justificar el asesinato de millones de judíos.
El odio a la información
Nada de esto son exabruptos del presidente. Al contrario: Milei fue muy astuto en su relación con los medios tradicionales que, al igual que con Donald Trump, le hicieron la campaña de instalación gratis. Milei hizo un juego simple: declaraciones picantes, agresivas, hasta ridículas, replicadas al instante por buena parte de un sistema de medios indignado o cómplice.
Esas declaraciones a los gritos, con insultos y soluciones mágicas, no eran en el vacío: Milei detectó un descontento e insatisfacción en la realidad material de millones de personas que luego de un gobierno antiperonista y otro peronista tenían salarios de pobreza. Frente a ese enojo real se ofreció como un ciudadano enojado con un vocabulario mitad brutal, mitad técnico que traía una solución. Buena parte de los medios, que la sociedad ya identifica con intereses económicos hace rato (desde la discusión por la Ley Audiovisual en 2009) y, muchas veces con razón, como parte del sistema de privilegios que los deja afuera, respondieron indignados frente a lo que Milei decía. Campaña gratis. Era más fácil identificarse con el ciudadano enojado que con el comunicador de traje caro en un medio cuyos dueños te cobran cada día más el abono del celular o la luz.
En paralelo Milei también desarrolló su comunicación a través de redes sociales, donde no hay intermediación ni de periodistas ni de medios, en un contexto donde la tecnología y, sobre todo, la inversión de mucho dinero, permiten enviar discursos personalizados para cada oyente, cosa imposible de hacer en un medio tradicional. Esta es, según Milei, la razón por la que los periodistas “odian las redes sociales”.
Es falso que los periodistas odiemos las redes sociales. Son una herramienta fundamental, como insumo de información y como canal de difusión de nuestro propio trabajo, que amplifica nuestra audiencia y que incluso en muchos casos se monetiza. Milei busca instalar que cualquiera puede informar desde su cuenta de Twitter y que eso pone nervioso al periodismo que pierde el monopolio de la producción de información. Pero eso es falso: difundir algo en una red social y hacer periodismo son dos universos distintos. La información en sí misma no tiene valor si no se chequea, investiga, relaciona, pone en contexto y finalmente se publica. Cualquiera puede cantar el feliz cumpleaños, no significa que sea músico; cualquiera puede publicar un dato en una red social, no significa que sea periodista.
Tampoco es cierta la dicotomía entre periodismo e ideología, estigmatizada bajo la figura del periodista militante. Los periodistas somos sujetos políticos que, además, producimos información de manera profesional. Es evidente que la realidad es ilimitada y que siempre se prioriza qué informar. Pero eso es parte del profesionalismo, no un defecto. Se selecciona, investiga, contextualiza y finalmente se emite la información producto de ese trabajo profesional, que siempre tiene un tamiz ideológico pero que eso no implica ni mentir ni realizar operaciones de desinformación.
Lo que sucede no es que los periodistas “odian las redes sociales” sino que Milei odia la información periodística. Tiene sentido ya que la información periodística profesional puede desarticular su eterno homenaje a la película “Don´t look up”. Spoiler: en la película descubren que un meteorito va camino a la tierra; mientras no se ve, desde el gobierno dicen que es una mentira de los científicos; cuando se acerca y queda a la vista directamente le dicen a la población que no mire para arriba: “Don´t look up”. Spoiler de nuevo: la mentira hizo que no eviten el problema y el meteorito destroza la Tierra. El meteorito es el plan económico de Milei, cuyas consecuencias se empiezan a ver y, spoiler, termina mal.
Milei busca en realidad que su opinión sea la dominante y eso la haga imponerse como un hecho. Que desaparezcan los medios tradicionales y los periodistas y reemplazarlos por un monopolio de circulación de su opinión impuesta como hecho. Tiene de aliado a Elon Musk, dueño de X, para esa operación. La información periodística puede desarticularla. Y ser un freno a esa práctica autoritaria.
Periodistas o Relacionistas Públicos
Volviendo al último párrafo del tuit de Milei: ¿Hubo personas disfrazadas de periodistas que extorsionaron, chantajearon, hicieron operaciones judiciales con servicios de inteligencia y se enriquecieron en el toma y daca de la información que se publica y, sobre todo, la que se silencia? Si. Pero el truco está en que cuando una persona hace eso deja automáticamente de ser periodista y trabaja de otra cosa.
Los ataques de Milei no distinguen entre periodistas y relacionistas públicos o comunicadores institucionales. Son dos trabajos distintos: unos publicamos información que alguien no quiere que se publique, otros reproducen lo que alguien quiere que se diga. Pero Milei quiere silencio total: de quienes no controla y de quienes son controlados por otros.
Que el andamiaje intelectual de Milei sea acotado no implica que no lo tenga estudiado al detalle y lo siga a rajatabla. Milei tiene dos pilares aprehendidos: el de una secta del pensamiento económico y el del movimiento político de la nueva derecha. Su construcción política se posa sobre una realidad económica material de enorme descontento para la que trae una solución mágica que, alega, nunca se probó, pero no es más que un neoliberalismo con Twitter. Y suma a esto la revolución tecnológica que transformó el viejo paradigma de la comunicación, donde se pretendía que un mismo discurso llegara a la mayor cantidad de gente cuando ahora se pueden enviar mensajes directos a cada persona según sus intereses.
Milei es performático en la aplicación de esos pilares que estudió y aplica y que están bien detallados en el libro “Los ingenieros del caos” de Giuliano da Empoli. En el caso de los ataques diarios a distintos periodistas, es una táctica desarrollada por el Movimiento 5 Estrellas italiano. Ese espacio comunicaba su línea política a través de un blog, no de los canales oficiales: Milei copió también esto con la Oficina del Presidente, que no figura en el organigrama estatal.
Da Empoli detalla que “desde finales de 2013, el blog presentaba una sección dedicada al ‘periodista del día’: por lo general, se trataba de un reportero que hubiera criticado al Movimiento. Se le señalaba ante las masas de grillinis (los seguidores del humorista Beppe Grillo, cara visible del espacio) como ejemplo de mala fe y corrupción de los medios de comunicación italianos y, ocasionalmente, se convertía en objeto de insultos y amenazas en la web”.
El libro también cita un informe de la Federación Internacional de Periodistas que, en 2015, advirtió: “El nivel de violencia contra los periodistas (intimidación verbal y física, provocaciones y amenazas) es alarmante, especialmente cuando políticos como Beppe Grillo no dudan en divulgar los nombres de los periodistas que no son de su agrado”.
Lo de Milei es de manual: cada día un periodista. Peor: como señalamos más arriba, no distingue entre periodistas y relacionistas públicos, pero el objetivo es el mismo. Por eso en pocos días puede meter en la misma bolsa a Roberto Navarro, Antonio Becerra y Nacho Girón junto a Jorge Fontevecchia y Carlos Pagni e incluso filtrar que pedirá los despidos de Baby Etchecopar y Luis Novaresio.
Uno de sus voceros paraoficiales, Luis Majul, se ocupó de hacer la distinción entre empleados del diario La Nación y Navarro, al que acusó de golpista. Y, acto seguido, fue Navarro el que recibió un golpe en la cabeza que lo dejó dos días internado.
¿Cuando es suficiente odio?
En línea con el tuit del presidente se pueden plantear otras preguntas y sus respuestas.
- ¿Decir que un periodista miente es un ataque a la libertad de expresión? No.
- ¿Disentir u opinar distinto a un periodista es un ataque a la libertad de expresión? No.
- ¿Desmentir a un periodista o refutar con información y datos lo que publicó es un ataque a la libertad de expresión? Menos que menos.
Los periodistas no somos vacas sagradas ni tenemos coronita ni ningún privilegio dentro del marco las discusiones y conflictos democráticos. Pero lo que hace el presidente Milei traspasó hace rato los límites ya que las acusaciones de mentiroso, los disensos y las refutaciones reales (prácticamente inexistentes) son en un contexto donde repite “no odiamos lo suficiente al periodismo”. Incitar al odio y la violencia contra periodistas sí es un ataque a la libertad de expresión. Es, además, un delito. Y si lo hace el presidente, que tiene recursos para hacer efectiva la intimidación y la censura, se agrava.
Esto, vale repetir, no son exabruptos: es una táctica pensada, planificada, que consiste en apuntar cada día a un periodista distinto para generar un clima de autocensura donde los no apuntados hasta ahora buscan evitar tanto el señalamiento virtual como sus consecuencias en la vida real (como las que sufrió Roberto Navarro).
Cuando se incita a la violencia contra periodistas con el objetivo de que se autocensuren se ataca también el derecho a la información de millones de personas, que se quedan sin acceder a información que esos periodistas dejan de producir. Así que ya son dos derechos vulnerados que tienen protección por la constitución nacional y los tratados internacionales que la Argentina suscribe.
Toda esta operación ya tiene un logro para Milei: que aún los que no nos autocensuramos tenemos que dedicarle tiempo y espacio (como en esta nota) a hablar del tema, tiempo y espacio que pierden cuestiones como los recortes a las jubilaciones, la quita de medicamentos, la caída del salario real, el aumento de la desocupación, el plan económico de bicicleta financiera, el derrumbe de la obra pública y sus riesgos, los precios de los alimentos, la crisis de la industria, etc.
La incógnita es cuanto será suficiente el odio para el presidente del país de Rodolfo Walsh y José Luis Cabezas.
Voceros
Milei no está solo en esta cruzada. Necesita validarla y un aliado incondicional es Jonathan Viale, que para eso tomó una encuesta realizada por Zubán Córdoba donde dice que el 81,8% de los consultados está de acuerdo con que el periodismo político es poco creíble.
“¿Por qué pasa esto? ¿Por qué está Milei dele y dele con el periodismo, que ya aburre y cansa?”, se preguntó Viale. Y enseguida se respondió así: “Es muy simple: la respuesta es política. La respuesta es polarizar. Por más que Milei diga no, que es genuino, yo le creo. Pero si vos mirás las encuestas, Zubán Córdoba, no nos da bien, chicos. ¿Quieren la verdad? Es la verdad. El 81% de la gente dice que el periodismo político es poco creíble. ¿Quieren la verdad? Es la verdad. ¿Me gusta? Y… no me gusta. Pero nosotros como periodistas tenemos que poder leer esto sin vergüenza. Nosotros como periodistas tenemos que entender que mucha gente desconfía del sistema periodístico argentino. ¿Estoy diciendo una mentira? Estoy diciendo la verdad. El periodismo argentino está tristemente, lamentablemente desprestigiado. Es la verdad. ¿Por qué? Cada uno hará su evaluación. Nos habremos equivocado, mucho, poco. Habrá algunos operadores. Habrá gente que le hizo la campaña a Alberto. Cada uno sabrá. Pero en lugar de decir ‘nos ataca, nos ataca’, que es verdad, entendamos que el ataque es netamente político, tiene una lógica política, porque 80% de imagen negativa. Alguna vez el periodismo tiene que preguntarse por qué, qué paso, dónde se rompió el vínculo entre el periodismo y la sociedad argentina”.
El problema de las encuestas es siempre el mismo: el sesgo de la pregunta, el sesgo del que responde. En este caso, esta pregunta también está mal hecha: el periodismo político no solo no es todo el mismo, sino que no es a lo que se dedican los Viale, Majul, Trebuq, Rossi, Gasulla, Ortelli y compañía. Son trabajos distintos: periodismo vs comunicadores institucionales de algún poder de turno. Mientras la pregunta no haga esa distinción, el encuestado contesta por periodismo político lo que hacen los comunicadores institucionales, que por su naturaleza es poco creíble porque solo dicen lo que sus jefes quieren que digan; todo lo contrario a lo que hace el periodismo.
Viale habla en nombre de un periodismo al que no pertenece, algo que quedó en evidencia cuando se conoció la simulación de entrevista con preguntas amañadas que hizo con Milei o la cena familiar que compartió con el presidente en la Quinta de Olivos el sábado 16 de marzo de 2024. Y siendo un amigo personal del presidente justifica la incitación al odio en base a una encuesta mal planteada y peor leída. Milei compartió la misma encuesta en sus redes, se ve que no le alcanzó con que la difundieran sus voceros.
El otro truco de Milei en esta cruzada es mezclar medios con periodistas y plantear que las críticas de unos y otros tienen que ver con la eliminación de la pauta oficial. La semana pasada Milei publicó en su Instagram una lápida. Los muertos, según Milei, eran los “medios de comunicación tradicionales” y el epitafio dice “mintieron y engañaron hasta el final”. En la descripción de la imagen Milei afirmó: “Dejar de pagar pauta oficial desnudó a los corruptos. Tanto al periodismo como a sus pagadores cómplices”.
El vocero de esa línea fue su Alejandro Fantino, que en su programa dijo exactamente lo mismo: “El 80% del periodismo que critica a Milei (dejo el 20% afuera que son los que lo critican por razones ideológicas o porque no lo quieren), el 80% del periodismo tradicional, no de Youtube, tradicional, que critica y que se le ha puesto de manos a Milei, es por pauta. Es por falta de pauta. Si hubiera habido pauta de entrada hubiera aparecido una tapa de revista SuperMilei”. No es solo Milei.
Como a los nazis
Este odio que Milei incentiva contra un genérico “los periodistas” se suma al discurso nazi donde el que piensa distinto es un virus o una bacteria que hay que extirpar de la sociedad para que deje de ser un parásito que limita su crecimiento económico.
Al día de hoy Milei tiene en su cuenta de Instagram un video donde habla de un virus, el KU-K-12. La referencia al kirchnerismo como “kuka” y sus 12 años de gobierno son obvias. Las imágenes son apocalípticas, con personajes como Néstor Kirchner, CFK, el dirigente docente Roberto Baradel, la diputada y referente social Natalia Zaracho e incluso actrices como Florencia Peña o músicos como Fito Páez, caracterizados como zombies que esparcen ese virus que, dice la voz en off, “comenzó con la destrucción argentina”. Dice que ese virus KU-K-12 “destruyó mentes”, que “los infectados perdieron la capacidad de pensar por sí mismos”, que otros decidieron “infectarse por conveniencia y a cambio de beneficios”, que con este virus “el país se sumió en el caos”. Agrega que “no todos fueron infectados“, que algunos “resistieron escondidos en las sombras”, y que, aunque “hoy el virus KU-K-12 sigue presente en muchos, su poder se debilita”, que “la enfermedad sigue, pero ya no contagia, se ha vuelto vulnerable”, y que “en medio de la destrucción una esperanza ha surgido”: un león.
El historiador del nazismo Richard Koenigsberg publicó un artículo titulado “Hitler como el Robert Koch de Alemania”. Koch fue un médico y microbiólogo que descubrió en 1882 la bacteria de la tuberculosis. Y Koenigsberg muestra cómo Hitler se pensaba a sí mismo como el descubridor de una bacteria que dañaba el cuerpo: la bacteria judía en Alemania.
En la nota cita que el 10 de julio de 1941, Hitler declaró: “Siento que soy como Robert Koch en política. Descubrió el bacilo y por lo tanto introdujo la ciencia médica en nuevos caminos. Descubrí al judío como el bacilo y el agente fermentador de toda descomposición social”. Suma otra cita de 1942 cuando Hitler dijo: “El descubrimiento del virus judío es una de las mayores revoluciones que ha tenido lugar en el mundo. La batalla en la que estamos comprometidos hoy es del mismo tipo que la batalla librada, durante el siglo pasado, por Pasteur y Koch. Cuántas enfermedades tienen su origen en el virus judío. Recuperaremos nuestra salud sólo eliminando al judío”.
En un artículo publicado en La Vanguardia, Eduardo Martín de Pozuelo reveló un documento desclasificado de los nazis donde elaboraron 30 tesis para justificar el holocausto. Es un texto de 1944, cuando los nazis ya estaban cerca de perder la guerra pero seguían preocupados por imponer algún sustento del genocidio que habían llevado a cabo. El artículo revela que en los puntos 19 y 20 los nazis apuntan a “la eliminación de los judíos” como “una medida necesaria” para que Alemania logre “una economía nacional a prueba de crisis con la creación del orden nacionalsocialista económico y social (…) sin la participación de los judíos en la vida estatal“.
En los puntos 17 y 18 del documento nazi agregaban: “Se puede hacer inofensivo al judío desenmascarado: el papel del parásito mundial judío en la vida cotidiana se parece al de la bacteria en la naturaleza. También los gérmenes patógenos viven de la destrucción de su hospedante. Condición para vencer una enfermedad es conocer el agente. El mundo sanará cuando se haya reconocido al virus de peste judío. (…) Alemania, el país de la bacteriología, se ha adelantado a las demás naciones en cuanto a liberarse material y mentalmente de los judíos”.
Para Adolf Hitler, Alemania era el cuerpo, los judíos el virus. Para Milei, Argentina es el cuerpo, el kirchnerismo (como representación simbólica del que piensa distinto a él), el virus.
Daniel Feierstein, doctor en Ciencias Sociales y uno de los que investigó con mayor profundidad los procesos de persecución, hostigamiento, exterminio y genocidio, publicó un libro que se llama “La construcción del enano fascista”. Parte de un mito que dice que “los argentinos tenemos un enano fascista adentro” pero no para revalidarlo sino para ponerlo en cuestión. Tiene un párrafo en su introducción que dice:
- “El concepto de ‘enano fascista’ será reformulado aquí como la potencialidad de ser hablados y actuados por el odio, de habilitar formas de violencia específicas que logran redirigir nuestras frustraciones hacia determinadas fracciones sociales –inmigrantes de países limítrofes o de países africanos, jóvenes contestatarias, sindicalistas, piqueteros, árabes, judíos, gitanos– que son construidos como los ‘responsables’ de lo que nos pasa, generando su persecución, hostigamiento, maltrato, discriminación, todo ello ejercido de forma directa o a través de las fuerzas de seguridad, y/o descargando sobre ellos el odio que proviene, por lo general, de las consecuencias que produce en nuestras vidas un sistema opresor cuyos verdaderos responsables (el poder económico concentrado, grupos trasnacionales, el sistema bancario y sus ‘fondos de inversión’, el extractivismo minero, petrolero o sojero) resultan cada vez más invisibles e inasibles”.
Plantea entonces que el “enano fascista” se construye. Y, sumo yo, el arquitecto actual es Milei, que incita ese odio para encubrir a los beneficiarios de su plan económico. En el cierre del libro, escrito en 2019, Feierstein advierte que “emergen nuevos fantasmas, ya no los dictatoriales, pero no necesariamente son menos peligrosos“. Plantea que “el odio comienza a ganar sectores importantes de la población” y que “este intento de construcción de un ‘enano fascista’ en cada uno de nosotros va montando ladrillo sobre ladrillo“. También que “la mayoría de nosotros sigue pensando con la cabeza del siglo XX cuando hemos entrado en la tercera década del siglo XXI” y que “el ‘enano fascista’ asoma la cabeza y daría la sensación de que seguimos pensando que es débil, que es marginal, que es incluso risible”. E insiste en que “si creemos que para conformar un frente antifascista necesitamos constatar que ha llegado una persona de bigotes que alza el brazo y grita en alemán, si necesitamos que cree un partido único que se identifique con una cruz esvástica y exprese su odio contra los judíos y gitanos, poco habremos entendido acerca de la complejidad de las relaciones sociales y de la variabilidad de sus formas a través del tiempo“.
Cuatro años más tarde de la publicación de ese libro Milei ganó las elecciones. Y gobierna incitando a la violencia y el odio contra el que piensa distinto. Para advertirlo ya es tarde. La pregunta es cómo se le pondrá freno.
Fuente: EL DESTAPE