
Sí vale. Vale mucho esa plata, Argentina. Es muy posible que los pibes que la recibieron no lo sientan así. Que la impotencia, el dolor y la bronca se vuelvan elásticas y entonces le ganen (injustamente) la pulseada a la reflexión.
Pero esa plata sí vale.
Aunque duelan esos fatídicos primeros 29 minutos de partido, el tiro libre de Zabiri o el desborde de Maama que precedió al irremontable segundo gol.
Aunque resulte inexplicable e inaudito que la potencia ofensiva y la puntería que había funcionado tan bien contra Nigeria, México y Colombia -o en la mismísima fase de grupos del torneo- se descalibrara justo en la final.
Aunque suene a injusticia la alegría y sorna de miles de no marroquíes que agotaron el stock de tickets para festejar una derrota…
Esta plata sí vale, pibe.
Porque el haber llegado a una definición por el oro en un Mundial Sub 20 tras 18 años tiene un valor que trasciende al título: es una confirmación de que un proyecto a la larga tiende a dar más frutos que los espasmódicos golpes de timón.
Porque esta Sub 20 de Diego Placente trajo reminiscencias de la era Pekerman. Aquel proceso que el propio deté encarnó en los 90 y que adaptó a los tiempos aunque sin perder la esencia. El buen juego, sí. Pero a la vez la magnanimidad en la victoria (Delgado consolando a un colombiano tras llegar a la final, una demostración); la aceptación de la derrota (nadie se sacó la medalla luego del segundo puesto); la templanza ante la hostilidad de los hinchas que buscaron hacerlos sentir visitantes. Y la continuidad en el tiempo de un plan, ya que esta plantilla subcampeona del mundo estuvo conformada por talentos que ya habían jugado en la Sub 17.
Porque incluso durante 69 minutos Argentina logró hacer retroceder a Marruecos, arrinconarlo contra el arco de Ibrahim Gomis, con vértigo y empuje pero también con argumentos nativos de potrero: la gambeta vertical de un Gianluca Prestianni eléctrico, la solvencia de Tobías Ramírez para defender, la pausa de un Milton Delgado criterioso para domar una pelota que hervía y entregarla siempre al pie, todo pese a los hectopascales de presión que ya se sentían en la espalda.
Esta plata sí vale.
Como las sensaciones amigables que generaron los pibes en sus cunas.
¿Quién les quitará el orgullo a los fanas de Vélez -pese a la caída contra un justo campeón- de que siete formados en La Fábrica integraron esta camada? De Prestianni, de Sarco y Villalba (aun cuando no se fue bien del club), de ese Montoro decisivo en el primer tramo; se lesionó en octavos de final, y también de los que tuvieron menor rodaje pero empujaron.
¿Acaso los hinchas de Boca no sienten que merecen un mayor grado de consideración sus joyas (Delgado y Gorosito) después de este gran Mundial?
¿Y los de Newell’s? Sentirán tan propio a Valentino Acuña como a Mateo Silvetti, ese potente ariete que ahora es cumpa de Messi.
Vale esta plata. Claro que sí. Aunque las tendencias resultadistas busquen devaluarla. Si el tiempo y los antecedentes del mejor jugador que ha dado el fútbol en el siglo XXI han enseñado algo es que las victorias se edifican muchas veces del aprendizaje de las derrotas. Y a esta Sub 20 le ha tocado esto último.
Pero vale. Acordate.
Fuente: OLÉ / DSPPORTS