Un viento huracanado apagó el infierno
Manos. Juntas, que rezan. Que elevan plegarias. A Dios. A Don Herminio. A René. Al tío que insistió para que el nene fuera quemero y ahora sufre desde la nube que sobrevuela la garganta que da a la calle Alsina. Abrazado, quizás, al abuelo y a su Spica con funda de cuero.
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Manos. Juntas, que atajan. Que ungen a un héroe. Hernán Ismael Galíndez. Así, con H. Como Héctor Roganti. Como el escudo que lleva sobre la tetilla de ese buzo flúo. Para que salte el ramillete reunido en el círculo central, como si se tratara de un disyuntor que ya no es capaz de aguantar tanta tensión nerviosa y ¡zácate! Pero este no corta nada: ilumina, genera sueños.
Una ambición onírica que se intentará corporizar en Santiago. ¿Frente a quién? ¿Platense? ¿S...






